domingo, 4 de agosto de 2013

EL CUENTO DE LOS KANJIS

Todas las personas que he conocido desde que llegué a Japón me han hecho alguna vez la pregunta: “Lo más difícil de aprender del japonés son los kanjis ¿verdad?”Se refieren a los carácteres chinos que utilizan los japoneses para escribir su idioma. Hay decenas de miles, a cuál más complicado, y cada uno expresando un significado distinto. Cada palabra se escribe utilizando una letra diferente, y por lo tanto, para leer la palabra hay que memorizar no sólo al pronunciación de dicha palabra sino también su kanji respectivo. Hasta los japoneses tienen problemas con los kanjis; el presidente del gobierno a menudo se equivoca al leerlos. “No.”contesto siempre, para sorpresa de mi interlocutor. Como no me gusta que me pregunten lo mismo cien veces, intento inventar una respuesta que sin faltar a la verdad sea lo más retorcida posible.“Aprender los kanjis es fácil.”les digo. “El problema es que olvidarlos es mucho más fácil”

Estaba bebiendo chela tranquilamente en un parque. Como se trataba de la última lata, me enfadé mucho cuando se terminó y por eso la arrojé al suelo con suma violencia. Para mi sorpresa, en ese momento, de dentro de la lata salió un genio maravilloso.

Era un genio feo y viejo. Más que un personaje de una película de Disney, parecía un pordiosero de los que viven en tiendas de campaña en los parques de Osaka, o quizás en alguna de las chabolas hechas de chatarra que hay junto a los ríos ultracontaminados de esta horrenda ciudad.

-Pide un deseo –me dice-. No importa cuán grande o díficil sea; pues cualquier cosa te será concedida, a condición de que se trate de un solo deseo, y de nada más que un deseo.

Como conseguir todo el oro del mundo sólo me haría todavía más infeliz si cabe de lo que soy, me pongo a considerar qué podía pedir para hacer del mundo un lugar mejor. La paz mundial. Otra releección de Chávez. El final del imperio estadounidense. Que se rompa España. Hay demasiadas cosas buenas. Me resulta imposible elegir una solo.

-La fórmula para que los kanjis no se me olviden- le digo finalmente, de repente, casi sorprendiéndome a mí mismo.

Oído eso, la cara del viejo, hasta ese momento de una serenidad inalterable, cambia por completo. Suda. Se pone nervioso. Profiere insultos incomprensibles en dialecto de Osaka. Le sale humo de las orejas. Me mira durante unos instantes con un odio visceral y profundo, como si quisiera matarme. Luego se produce un silencio. Un silencio tenso que me parece una eternidad.

Al final desaparece, cual samurai tras una cortina de humo, sin dejar rastro. Pero justo antes de desaparecer, me dice gritando:

-¡No aprenderlos!- Del resto de la noche no recuerdo nada.

Desde ese día, me he dedicado a buscar al genio tarde tras tarde, noche tras noche. Todos los días compro una caja de cervezas en el supermercado y me voy a un parque de la ciudad distinto a buscarlo. Pero no sólo en los parques lo busco, sino que también frecuento pachinkos, izakayas, y todo tipo de antros siniestros. Y aunque casi he perdido la esperanza, os prometo que, si algún día vuelvo a encuentrarlo, esta vez no le pediré un deseo imposible.

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