miércoles, 20 de febrero de 2013

CUENTO DE NAVIDAD


Debió de ser una Nochebuena divertida, pues según todos los testigos acabé bailando sin ropa en el tejado de mi casa y finalmente parece ser que me quedé dormido desnudo bajo las estrellas, aunque la temperatura era de unos 1 grado o ninguno.

La aurora radioactiva japonesa zombi, de congelados dedos verdosos, me despertó a la mañana siguiente de un puñetazo en la cara. "Tienes ganas de orinar"me dijo: "¡¡ya!!"

Como no podía aguantar, procedí a trazar parábola de orín desde el tejado hasta la calle, para asombro de las viejas en forma de ele que aplaudían mi gesto rebelde y se deleitaban con la contemplación de esa bella forma dorada así como de las hermosas curvas euclidianas de mi esbelto y a la vez obeso cuerpo.

Un miembro de la policia montada (en bicicleta) de su majestad el Emperador celestial pasaba por esos momentos por la calle, y al verme se detuvo e intentó trepar hasta donde yo me encontraba para determe. Pero como el piso se encontraba mojado por haber esparcido yo antes con generosidad mi áureo elemento, el policiotto resbalaba y resbalaba, para deleite de las viejas progresistas, quienes lo increpaban y le lanzaban sashimi podrido y sake pero sin sacarlo previamente de la botella.

Asi que el policía desesperado decide llamar a las fuerzas de autodefensa (cínico eufemismo con el que los japoneses se refieren a su ejército.)

Las fuerzas de autodefensa declaran que al ser extranjero no estoy dentro de su rango de su jurisdicción, pues además no he atacado al emperador. Se lavan las manos vilmente y llaman a los marines nortacas desplegados en Okinawa.

El responsable de guardia del terrorista ocupante norteamericano en antaño paradisiacas islas acepta la misión. Precisamente estando en Navidad, no puede negarse a a algo tan americano como eliminar un comunista de la faz del mundo para alegrar a Jesús y ayudar a propagar la democracia, nuestra forma de vida y nuestras libertades que tanto envidian los Otros. Acto tal sería digno hasta de aparecer en el siguiente spot navideño de Coca Cola, y en su currículum del futuro podría catapultar su posible carrera como ex-veterano aspirante republicano a la vicepresidencia, en caso de que deseara presentarse al puesto dentro de 30 años.

Enterado de la vil jugada, solo me queda esperar un milagro, pues sé que en cuanto llegue el helicoptero de los marines me fulminaran directamente de un misilazo, y luego dirán que era un miembro de las Farc o de Al Qaeda financiado por Hugo Chávez.

Pero especialmente en Navidad es del todo imposible que ocurra nada maravilloso, todo es previsible y anodino, así que me pongo a buscar una función en el móvil que sirva al menos para enviar una postal de despedida a mis hijos y al cochinillo que estaba criando ilegalmente yo mismo en la bañera de casa para zampármelo en la Nochevieja de 2019. Rebuscando en el móvil encuentro una función de la cual hasta el momento no había sabido en mi Ai paf: por una módica suma puedo pedir que un helícoptero venga a recogerme.

Aunque el precio del servicio es igual a todo el dinero que he ahorrado desde que trabajo en Japón, es mi única manera de escapar del enemigo; por muy rápidos que sean los helicópteros que transportan a los terroristas yanquis, tardaran en llegar todavía un rato a a Osaka, y el helicóptero que he pedido llegará sin duda antes.

De esa manera escapo de las tropas del Imperio en helicóptero encargado desde el móvil de de Softo Banku, (equivalente japonés a Vodaphone), para jolgorio de las viejas y desesperación del poli malo.  Sin embargo, las tropas nortakas ya se encuentran en la zona, por eso me sorprendo de que no derriben con certero venablo explosivo.

Pero teniendo en cuenta que en el mundo de hoy, las grandes empresas tienen más poder que los estados, y que Estados Unidos no es en el fondo sino el ejército de las multinacionales y del capitalismo, es normal que no se atrevan a disparar a mi helicóptero con logotipo de una gran empresa de telefonía móvil, eso les podría poner en peligro a ellos mismos y a su modo de vida e incluso ser penado con la cárcel: así que al final me dejan escapar  y me voy volando como Jeucristo el tercer día.

Pero mientras pensaba ya en el cómodo exilio que iba a disfrutar desertando al paraíso socialista de Corea del Norte, un objeto volador no identificado haciendo eses de borracho se estampa contra mi helicóptero y nos hace perder el control.

Se trata de un Papa Noël australiano en pelotas (en Japón se contrata sin hacer demasiadas averiguaciones para el papel de Santa Claus en centros comerciales y fiestas a cualquier occidental que se preste ), quien se había emborrachado la noche anterior y llegaba tarde deprisa y corriendo (y encima se le había olvidado vestirse), ya de buena mañana, a su tarea de vender con oneroso interés juguetes fabricados por mano obra esclava del tercer mundo.

Del choque con helicóptero, los regalos que Santa transportaba caen todos del trineo e impactan sobre una gasolinera en el barrio pobre de la ciudad, provocando una explosión que mata a varios niños de clase baja. Los ciervos voladores de Santa mueren también instantánemente en el impacto con el helicóptero.

Santa y yo en pelotas caemos al río pero logramos nadar hasta la orilla. Como hemos perdido todo nuestro patrimonio y no hay donde ir, decidimos pasar la noche bajo el puente chupando botellas vacías de sake de un montón de basura formado por objetos que habían sido arrojados por otros pordioseros como nosotros pero ya fenecidos anteriormente por causa del frío. Escuchamos por la radio que el gobierno americano ha exigido al gobierno japonés nuestra entrega incondicional, o de lo contrario eliminará del mapa a Japón y echará la culpa a Irán y Corea del Norte.

Somos conscientes de que el gobierno japonés carece de la menor dignidad, y que si nos encuentra no dudará en seguir las órdenes de su amo. Unos minutos después, escuchamos de nuevo ruido de helicópteros. Esta vez viene toda la OTAN, incluso un contingente del valiente ejército español (ese que lleva siglos sin ganar ninguna batalla que no sea contra su propio pueblo) se ha sumado, pero desde lejos.

Cuando pensamos que van a machacarnos, se siente un horrible temblor de tierra, los edificios empiezan a derrumbarse, del río comienzan a llegar a la costa terrible olas, !sí que es un milagro!

Se oyen pasos, cada vez cercanos, similares a una bomba, y al levantar la cabeza vemos una pierna metálica ponerse a cada lado del ancho río (más de cien metros): el gran Buda de bronce del templo Todaiji de Nara se ha levantado de su reposo de siglos y ha cobrado vida, y se dedica a destrozar a los desconcertados aviones yanquis como si fueran libélulas de jabón.

Después de siglos en silencio, Buda no había podido seguir aguantando como el gobierno de Japón se prestaba sumisamente como lacayo de su amo belicista en la tarea de enfrentarse al estado hermano de la República Popular China. Las políticas japonesas perturbando la paz y armonía en Asia y enemistando al país con otras naciones budistas eran ya demasiado, y el gran gigante de bronze, como el Talos de la película Jasón y los Argonautas, lleno de furia, había decidido cortar por lo sano.

Es entonces cuando me desperté. Día de Navidad, las cinco de la mañana. La noche anterior no me había tajado, ni bailado desnudo, ni nada de nada. Me había acostado pronto sin nada que celebrar, para ir levantarme a una hora criminal a trabajar a la oficina.

Era el 25 de diciembre, lunes, festivo en Japón, pero festivo de los de repuesto, porque el cumpleaños del Emperador había caido sábado. Pero en mi empresa se pringan los festivos, y por una vez me alegro de que así sea.

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