sábado, 27 de julio de 2013

AVENTURAS DEL PROFETA AZUL EN JAPóN, SEGUNDA PARTE

El ensañamiento del Profeta Azul hacia Japón había llegado a extremos enfermizos. Igual que los periódicos y telediarios españoles se dedicaban a terjiversar la realidad y a manipular los hechos para predisponer a la opinión pública española en contra de Venezuela y Colombia, el que antaño había sido el mejor escritor de relatos cortos con diferencia había convertido su interesantísimo blog en una absurda retahíla de insultos, afirmaciones falsas y  exageraciones contra el país del sol naciente; una repetición de argumentos falaces y  sin fundamento alguno que tenían como único objetivo desinformar al público sobre la realidad de aquel país. Del mismo modo que el País y el Mundo eran capaces de insinuar con todo descaro, ajenos a cualquier principio de ética periodística, que Venezuela, uno de los paises más democráticos del mundo, era gobernado por un caudillo autoritario, y ocultaban también a los españoles los grandes logros del gobierno de Chávez; también el Profeta había llegado al extremo de afirmar sin vergüenza alguna, en su delirante obsesión anti-japonesa, que Japón -que probablemente de entre las naciones desarrolladas era la que mejor había sabido mantener su esencia, costumbres, festivales y peculiaridades-, era en realidad un país aburrido, sin lugares de interés, occidentalizado y que no conservaba apenas tradiciones resaltables.

Hasta tal punto se prodigaba el Profeta en sus aseveraciones carentes de toda lógica y sentido común que la nueva administración japonesa de Yukio Hatoyama se sentía profundamente preocupada por el efecto que toda esa propaganda negativa y todas esas informaciones sin ninguna base real pudieran tener sobre la imagen de su país. Pues si bien, el blog del Profeta, igual que el del Chino Muerto, había sido siempre un medio minoritario y de calidad que apenas tenía repercusión entre una élite de intelectuales avanzados, era de temer que, igual que ocurría con los medios de comunicación que la mayoría de los españoles leían a diario, conforme iba abandonando su tarea de describir fielmente la realidad, sucumbía a la demagogia y se convirtiera en un periódico de ciencia ficción y en un medio de desinformación másiva, aumentara su repercursión y llegara a afectar a las masas, dañando así la imagen que los españoles tenían del interesantísimo país de la gheisas, los pordioseros, las viejas en forma de ele y el pachinko.

Además, la economía japonesa no estaba para bromas de ningún tipo. Con una deuda que superaba el propio producto interior bruto anual de la nación, una industria golpeada por la competencia de otras naciones asiáticas y por la crisis mundial, el envejecimiento de la población, la caída del turismo, y también la presión de la administración Obama, el premio Nobel de la Guerra, una de las administraciones más hostiles de la historia de una nación ya hostil de por sí; un nuevo factor negativo, aunque fuera una caída de sólo una decena del numero de turistas que visitaban la isla cada año, podía provocar la desconfianza de los mercados financieros, aumentar los problemas de varios ayuntamientos e instituciones regionales que ya estaban al borde de la quiebra y provocar una crisis todavía mayor que terminara por hundir completamente la maltrecha economía del país nipón, obligándoles a pedir "ayuda" al tenebroso Fondo Monetario Internacional.

Así que después de varias deliberaciones del Primer Ministro Hatoyama en persona con su consejo de ministros y con sus socios de coalición,  se decidió actuar contundentemente para cortar de raíz el problema. Unos mercenarios chinos anticomunistas de élite al servicio del gobierno japonés aparecieron una mañana por el parque donde vivía el Profeta haciéndose pasar por mendigos antijaponeses de izquierdas y estuvieron bebiendo cartones de vino e insultando a Japón con el otrora mejor bloguista de la historia. Al caer la noche, los mendigos y el Profeta estaban ya practicando un animado sueling entre sus propios vómitos. Pero el sueling de los pordioseros era fingido. Habían introducido en el vino del Profeta una sustancia que hizo que éste no se despertara hasta varios días después, cuando ya había sido translado en una jaula desde España a Kioto, la más turística y encantadora ciudad de Japón y el mayor balnco de las mentiras y los odios del Profeta.

Una vez llegado a Kioto, el Profeta quedó para siempre encerrado en la misma jaula en la que había sido transladado a su país más odiado. De esa manera el Profeta estaría bajo el control del gobierno japonés y sin acceso a internet para que no pudiera publicar ya nunca más sus ridículos oprobios en contra del país nipón. Además, como venganza a todo el daño que había provocado a la reputación del país, y sabiendo cuánto odiaba los lugares turísticos, la jaula fue colocada en una de las zonas de Kioto más pintorescas y más visitadas por los visitantes extranjeros, en la calle que conduce al templo de Nanzen, cerca del maravilloso paseo de los filósofos, y con una vista preciosa a las montañas del este de la ciudad y a los puestos de suvenirs alineados a ambos lados de la calle.

Durante meses, la vida del Profeta discurrió con sopor y aburrimiento en la estrecha jaula desde la que contemplaba pasar cada día a varios miles de turistas llegados a esa parte de la ciudad para disfrutar la animada vida cultural que un barrio de la ciudad con un patrimonio tan rico y con tantos y tan variados eventos culturales ofrecía a sus visitantes. Ya se tratara de visitar los maravillosos templos de la zona, asistir a un concierto de taiko, contemplar teatro tradicional japonés, escuchar un cuentacuentos típico, aprender un arte marcial, asistir a la fabricación artesanal de katanas, vestirse de geisha, probar la deliciosa gastronomía local, aprender ikebana, caligrafía china, contemplar, escuchar o probar instrumentos que se remontaban a épocas inmemoriales, festivales extraños como los que ocurrían en Japón... Aunque muchos habían ahorrado durante años para hacer el viaje de sus sueños, y se les veía avanzar por la calle ilusionados, animados, con los corazones llenos de alegría, el Profeta se dedica a insultarles desde su jaula utilizando el mismo típico de argumentos irracionales con los que durante los meses anteriores había llenado su ya no excelente blog. "!Imbéciles de mierda, ¿a dónde vais?...!Kioto es una ciudad de mierda, sin cultura, ni tradiciones... Los templos son de plástico, pequeños y están vacíos... Los japoneses son robots...China es más interesantes.. Los templos son más grandes... Estáis desperdiciando vuestro dinero y vuestro tiempo...!

Cuando oían ese tipo de disparates que parecían bromas que nadie entendía pero que el Profeta decía con la mayor seriedad del mundo, como si se tratara de verdades comprobadas cientificamente, los turístas se reían y se dedicaban a hacer fotos sin parar al chalado de la jaula. Chalado al que, por cierto, después de semanas en su nuevo hábitat, le habían crecido las barbas y las melenas como a Robinson Crusoe hasta hacerle parecer una bestia primitiva y simiesca propia de una película de terror de bajo presupuesto y argumento mal hilvanado. "Los millones de turistas que venís a Kito al año, ciudad sin interés, ni centro histórico, estáis totalmente equivocados -seguía gritando el Profeta, para más risa de los turistas- todos estáis equivocados y sólo yo estoy en lo cierto. Os están tomando el pelo, imbéciles de mierda".

Aunque al principio sus comentarios sonaban divertidos, como el Profeta, cuando se obsesionaba con algo, tenía la manía de repetir cientos de miles de veces, y con todo convencimiento, los mismos argumentos, por muy falaces y disparatados que fueran, al final los turistas se cansaban de escuchar las incongruencias y los quejidos de la abominable criatura peluda e intentaban acallarle lanzándole grandes cantidades de comida japonesa tradicional, que precisamente era la más odiada por ese ser abyecto. Sushi de primera calidad, sashimi fresquísimo, ramen, gyoza crujientito por fuera y jugoso por dentro..., exquisiteces que cualquier paladar sano y normal habría agradecido con mil reverencias al estilo japonés pero que para el hombre de la jaula eran un insulto. Por suerte, una vieja de más de 100 años vestida con kimono, vieja que trabajaba muy cerca de la jaula enseñando a los numerosos turistas interesados la tradicional ceremonia del té, se había encariñado de la bestia y lo había adoptado como si fuese el nieto que nunca había tenido. Y por eso le llevaba todas las mañanas y todas las noches a la jaula su comida preferida (del Profeta). Hamburguesas del Makudo y del Lotteria (para el Profeta el verdadero manjar del país del sol naciente). Pero la bestia, en lugar de agradecer a la pobre vieja sus grandes cuidados, la recibía cada mañana y cada noche con horribles insultos. La vieja sentía una gran tristeza por causa de estos insultos salidos de la boca de su propio nieto, o al menos de quien ella trataba como si hubiera sido siempre su nieto.

-Vieja de mierda, tú no eres vieja de verdad. Un día, cuando tenías 30 años te hiciste vieja de repente, te levantaste una mañana totalmente vieja, llena de arrugas y con forma de ele. Y dijiste: "Qué mierda, me he vuelto vieja de repente". Y seguiste viviendo igual, como si nada, vieja de mierda.

Y la vieja, que ante sus clientes se mostraba siempre gélida como una roca, y que nunca había mancillado, ni siquiera con un pequeño gesto inconsciente o un movimiento instintivo o un fugaz parpadeo, la severa etiqueta y la exquistita cortesía requeridas para la ceremonia del té; después de haberle llevado a "su nieto" su comida preferiday haber una respuesta tan hostil a cambio, lloraba y lloraba cada noche al volver a casa. Otras veces, el Profeta le decía:

-Tú no eres vieja de verdad. Tú naciste vieja o te fabricaron en una fabrica de galletas directamente vieja para que pareciera que llevas enseñando siglos la mierda del té ese con que engañas a los turistas. !Vieja-robot de mierda, puta!

Una noche, se acercó de repente a la jaula un misterioso agente secreto que trabajaba al servicio de una potencia extranjera hostil. Entre los barrotes de la jaula consiguió introcucir un sobre en el que había dos llaves y un billete de avión, así como un trozo de papel con una dirección escrita en chino y transcrita a los carácteres del alfabeto romano justo debajo.

-Sal de la celda con esta llave y viaja a la ciudad china de Fen-Huon. Allí encontrarás la prueba de que tus teorías con respecto a Japón no andan tan equivocadas como la gente cree...

En ese momento, una colegiala que pasaba cerca de la celda, probablemente al servicio de una potencia enfrentada a la potencia para la que trabajaba el agente anterior, sacó un revolver del bolso y acribilló a disparos al agente secreto extranjero. A continuación la joven dirigió su mirada y su revólver al Profeta, a quien disparó tres balas a quemarropa. Se hizo la oscuridad  para el Profeta Azul,  y su cuerpo se desmoronó en el fondo de su sucia celda, hasta quedar tendido, inerte, sobre un charco de su propia sangre.

¿Sería el fin de las aventuras del Profeta en Japón? No, por suerte, por milagro o porque el Destino o Zeus así lo habían decidido, las tres balas habían impactado en zonas secundarias de su cuerpo, sin afectar a ninguna de sus partes vitales. Por eso, si el Profeta había caído había sido más como producto del shock de verse acribillado de esa manera que por las consecuenicias de los disparos. Pues aunque la primera bala había acertado a su pecho en la parte del corazón, el Profeta era un ser desalmado, vil y sin sentimientos, que robaba siempre las golosinas de los niños por pura maldad y que nunca donaba sangre ni colaboraba en las rifas benéficas a favor del exterminio del pueblo palestino. Así que, como no tenía corazón, la bala sólo le había provocado unas heridas en el pecho de no demasiada gravedad.

La segunda bala le había impactado en la garganta, en donde desde pequeño el Profeta tenía instalada una especie de tubería de un material duro e insensible. De manera que cuando la bala alcanzó esta parte del cuerpo, se oyó una especie de sonido metálico, profundo y estridente como el de una campana. Pero no hubo ningún daño importante en el cuerpo del Profeta. La tercera le dio en la cabeza y salió inmediatamente rebotada, a una velocidad aún mayor, en dirección contraria, causándole sólo unos leves rasguños.

Unas horas después, el Profeta se despertó en su jaula, casi de madrugada, sorprendido por el hecho de estar todavía con vida. A su lado estaba la solo estaba la pobre anciana de la ceremonia del té, que le llevaba como siempre unas hamburguesitas y unas patatitas bien calentitas para que se recuperara del golpe. Pero el Profeta todavía conservaba las dos llaves y el billete de avión. Y una de las llaves era la llave de la celda. !Por fin era libre! El día siguiente partiría hacia su amada china para descubrir un secreto que cambiaría la historia.

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Al día siguiente, por la noche, el Profeta llegó a la dirección en China que el agente secreto le había indicado. Se trataba de una complejo industrial semisecreto que se hallaba en lo más profundo de una de las regiones industriales situadas a lo largo de de la cuenca del Yant-tse. Aunque a esas horas estaba seguro de que la fábrica se encontraría cerrada, no dudó ni un instante que la segunda de las llaves que le había entregado el sacrificado  agente le procuraría la entrada al edificio.

Así que se apresuró hacia una de las entradas del recinto. Y en cuanto las puertas se abrieron y accedió alinterior del sitio, lo que vio le dejó anonadado. Incluso para alguien de la imaginación delirante, casi sin límites, del Profeta, una imaginación desbordada que hacía desfilar mezclados en su consciencia extraterrestres junto a  mendigos del parque,  ancianas con enfermedades terminales con pastores del Tíbet, especuladores vestidos con traje y corbata junto a robots, mutantes y bestias de todo tipo; incluso para alguien con una mente tan enferma, lo que vio en aquel momento era superior a cualquiera de sus fantasías, algo que ni en sus sueños más extraños en las noches en que practicaba sueling extremo y en su cerebro se acumulaban los efectos de la cerveza de Mercadona de la peor calidad y de las pizzetillas hechas con ingredientes de dudosa procedencia; ni en esos sus sueños extravagantes hubiera llegado a imaginar una locura semejante.

Era una fábrica de viejas. Viejas producidas en una cadena de montaje siguiendo un procedimiento automatizado a razón capaz de dar forma a centenares de viejas por segundo. Aunque el patrón general era el mismo para todas las viejas, la combinación  aleatoria de unas 10 o quince variaciones estándar creaba cada vez una vieja particular. "Vieja de ochenta años especializada en la ceremonia del té cuya tradición había aprendido de sus antepasados". "Vieja sucia en forma de ele que regenta una tienda de dulces típicos heredada de sus abuelos en un shoutengai". "Anciana venerable cajera de un ultramarinos mugriento de la esquina" "Vieja experta en artesanía tradicional japonesa". Las creaban en serie y justo antes de nacer les grababan en el cerebro sus recuerdos de octogenarias. Qué timo. Qué cabrones. Luego las suministraban a comercios de reputada calidad para que sustituyeran a las viejas que iban muriendo y que no se notara. Vaya manera de engañar a los turistas, que se creerían que estaban siendo atendidos por una señora venerable que había pasado toda su vida en Kioto, aprendiendo las artes tradicionales o gestionando un negocio centenario.

Pero eso no era todo. Junto a la fábrica de viejas estaba la cadena de producción de templos antiguos. Construían infinidad de templos de plástico nuevos cada día, listos para ser transladados a su emplazamiento definitivo haciéndolos pasar por edificios antiguos con gran valor histórico. El Profeta los vio con sus propios ojos sin poder dar crédito a lo que tenía ante sí. "Singular santuario tradicional de montaña cuyas paredes y techos de madera han sido desgastados por la historia y la metereología"."Pagoda milenaria de madera de cedro, raro especímen, único en toda Asia, construido en el periodo Heian, como lugar de recreo del emperador". Cientos de edificios recién construídos en plástico sintético delante de sus narices y todavía con un fuerte olor a pintura. Y encima deslocalizado a China, para que lo fabricaran obreros que no cobrarían ni 300 euros al mes. Qué hijos de puta.

Había estado siempre en lo cierto. Japón era una nación sin tradiciones y sin edificios históricos que se dedicaba a vender a todos los idiotas del planeta la imagen de un país de cultura milenaria. Millones de turistas engañados cada año por los sinvergüenzas que estaban a cargo y que, por cierto, habían intentado matarle. Pues ahora iban a conocer su venganza. Volvería a Japón para contarle la verdad al mundo. Hundiría al gobierno mostrando pruebas irrefutables del engaño. El Profeta entró en el cuarto donde apartaban los restos las viejas defectuosas y se metió un par de cabezas de vieja robot o clon en su mochila, junto con un brazo de vieja y un par de pies. Iba a llevárselas a la vieja que siempre le compraba hamburguesas para demostrarle que tenía razón cuando le decía que ella no era vieja de verdad, que había nacido vieja y puesta .
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Mas cuando tras volver al Japón y llegar al lugar donde la vieja trabajaba, enseñando la tradicional y centenaria ceremonia del té, y le enseñó los restos de viejas clon que llevaba en su mochila, la vieja se quedó mirando a los ojos de uno de los trozos de vieja; a continuación su cuerpo comenzó a mutar, como el monstruo de Terminator, y se fue transformando con cibernética liquidez en una colegiala japonesa. !La misma joven que había disparado al Profeta unas noches atrás! La colegiala se llevó la mano al bolso y sacó un revólver; es obvio que su objetivo era acabar definitivamente con el Profeta Azul.

Pero nuestro protagonista había anticipado la jugada, y tras gritarle: "!vieja puta asquerosa!" le había arreado un puntapié haciendo que el bolso y el arma se le cayeran al suelo. Ese momento fue aprovechado por el Profeta para escapar de allí corriendo. Como en ese momento pasaban varios grupos de turistas por la zona, el Profeta se camufló entre ellos y pudo abandonar Kioto sano y salvo.
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¿A dónde iría ahora? El Profeta Azul sólo tenía un amigo, o al menos no demasiado enemigo, en Japón. Un pordiosero llamado Elvar Ata, experto en política internacional, que escribía un blog de cierta calidad y que también había hecho música, cine y poesía, así como actividades revolucionarias de variada índole. Lo cierto es que el odio del Profeta hacia Japón había comenzado años atrás, cuando había viajado a ese país por primera vez para visitar Elvar, que vivía en Osaka. Antes del viaje se había formado grandes expectativas, su corazón estaba lleno de ilusión por conocer las maravillas del país del sol naciente, maravillas que su amigo le había contado tantas veces antes del susodicho viaje. Pero al final ehabía resultado un fiasco. Los templos eran una vergüenza, hechos de plástico, más pequeños que los de China y sin nada dentro. Las excursiones habían sido un desastre. Había más puestos de suvenirs que en Benidorm. Los japoneses eran extraordinariamente fríos y robóticos.

Había jurado no volver a ese país tan detestable y se dedicaba de forma monotemática a escribir en contra de Japón en su blog, y a hablar mal de Japón a todo el mundo. Tanto es así que su antigua gran amistad con Elvar se había resentido por causa de las discusiones que mantenían, con posiciones enfrentadas, al respecto. Pero ahora tenía pruebas para demostrarle al mundo que su opinión era cierta. Había tomado cientos de fotos en la fábrica de robots viejas. Y además, llevaba las cabezas en su mochila. Le contaría la verdad a su amigo, y éste tendría que aceptar que el país del sol naciente era un absoluto timo. Y como Elvar sabía japonés, quizás le ayudara a divulgar sus descubrimientos, para que los japoneses supieran todo lo que había descubierno.

Elvar, que antaño había sido un pordiosero de los más deleznables, un tipo que se alimentaba exclusivamente de lo que se dejaban los otros pordioseros y que recogía del suelo y se fumaba las colillas ya fumadas por otros pordioseros, había prosperado en Japón hasta convertirse en una de las personas más acaudaladas del país, especulador bursátil que poseía varios yates, participaciones en las más grandes compañías de Japón,  inversiones en todo el mundo e importantes contactos en el gobierno.  Nada más escuchar la historia del Profeta, reconoció su error, le comentó que estaba parcialmente al tanto y que en adelante le ayudaría a disfundir la realidad del país del sol naciente.

Elvar le contó al Profeta que probablente había sido raptado y llevado a Japón por el gobierno nipón para silcenciarle, y también como venganza por toda la propaganda antijaponesa que había vertido desde su primer y decepcionante viaje a aquel país.  En cuanto al agente que le había ayudado, facilitándole la salida de la jaula e indicándole la dirección de la fábrica de robots, se trataba sin duda de un hombre de la CIA. Pues el nuevo gobierno estaba últimamente dando pasos para liberarse de su condición de lacayo estadounidense en Asia. Habían revelado el acuerdo secreto de la anterior administración japonesa y Estados Unidos para introducir secretamente armas nucleares en suelo japonés. Estaban estableciendo lazos comerciales con China. Estaban considerando transladar una pequeña parte de las bases americanas fuera de Okinawa. El Imperio no toleraba ese tipo de insumisiones, que aunque eran insignificantes desde el punto estratégico, podían dar ejemplo a otras naciones colonizadas de Asia. En cuanto a los robots y los templos, Elvar confesó que no sabía nada, pero que creía las afirmaciones del Profeta, pues las pruebas fotográficas eran irrefutables.

Cuando salió de esa reunión en casa de su amigo, el Profeta sabía que se enfrentaba a un dificilísimo dilema. Tenía la costumbre de decir siempre la verdad, y nada más que la verdad, doliera a quien doliera, excepto en el trabajo, y por eso estaba decidido a hacer saber al mundo todo lo que había descubierto desde que había salido de la jaula. Pero si hacía eso, sabía que haría caer a la nueva administración japonesa, que si bien no era ni de lejos progresista, sí que estaba proponiendo reformas que a medio plazo harían disminuir la influencia americana en Asia, ayudarían a mejorar las relaciones sino-japonesas y propiciarian el clima adecuado para una solución dialogada al problema de Corea. Con la caída del gobierno reformista, volvería al poder la derecha rancia proamericana, imperialista y colonialista y hostil a China y a Corea del Norte. La influencia yanqui aumentaría, así como la posibilidad de una guerra, puede que nuclear, entre China y América en Taiwán o todos contra Corea del Norte.

A la mierda los yanquis. Se callaría. No iba a hacer nada que ayudara a los imperialistas y pusiera en peligro la paz mundial. Que se hundieran en su propia miseria. Y además, al fin y al cabo lo de los robots y los templos venía de administraciones anteriores, no era un invento del gobierno.

Es así como el Profeta Azul decidió olvidar a Japón y dejar que el pueblo y el gobierno de ese país construyeran su futuro por sí mismos, sin injerencias externas. No volvería a publicar nada más en su vida que perjudicara a ese país ni a su gobierno actual. Y puede que algún día, si con el tiempo conseguía olvidar los malos recuerdos de su estancia en el país naciente, hasta escribiera algo en su blog recomendando las excelencias gastronómicas y culturales de Japón, para así ayudar a la administración actual y ayudar a que los americanos se hundieran un poquito.

Elvar era ese día una de las personas más felices del mundo. Sabía que ante una decisión así, el Profeta eligiría sin ninguna duda la opción antiyanqui. Le había costado gran parte de su fortuna organizar todo ese inmenso montaje, contratar un actor que se hiciera pasar por un agente americano, disparara balas de fogueo en las partes no sensibles del Profeta, instalar esas enormes fábricas de robots, llevarse al Profeta al Japón en una jaula, conseguir mediante los más avanzados efectos especiales que la vieja se convirtiera en una colegiala, etc. Pero ahora, por fin, el Profeta dejaría de insultar a su amado país de acogida con sus infantiles argumentos, y se dedicaría a aquello para lo que de verdad tenía talento: hablar sobre las viejas y los pordioseros de su barrio y dejar de hablar de cosas sobre las que no tenía ni idea.

"Son los trescientos mil seicientos cuarenta y cinco mil novecientos trillones de yenes mejor invertidos de mi vida" se decía satisfecho mientras disfrutaba de su desayuno tradicional japonés, compuesto como cada mañana de sake de pésima calidad comprado en el conbini de todo a cien yenes y de sashimi a punto de caducar, adquirido a precio de saldo, la noche anterior, en el supermercado panchiko de la esquina.

jueves, 25 de julio de 2013

EL TERCER HOMBRE

 
 
El Alcohólico aterrizó en el aeropuerto de Kansai el 26 de enero de 2010. Llegó prácticamente sin blanca, invitado por su amigo Elvar Ata, al que al parecer le iba bien en Japón, pues de hecho había prometido al Alcohólico un trabajo. Si al final conseguía trabajar, sería el primer trabajo del Alochólico en años, después de que la incompetente política laboral de la administración de Zapatero le hubiera condenado al ostracismo y al desempleo hasta hacerle perder totalmente la paciencia y la esperanza.
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El Alcohólico llegó un poco pasadas las 11 de la mañana a la residencia de Elvar en Osaka. El portero de la residencia era un hombre bastante huraño, que fruncía el ceño de manera casi permanentemente y que a parte de “no”, y quizás los números del uno al diez, apenas hablaba ni una palabra en el idioma de George Bush y de Willian Shakespeare. No obstante su falta de habilidad para los idiomas, el hombre consiguió indicar por gestos al Alcohólico que Elvar Ata ya no se encontraba en aquel lugar, pues acababa de morir hace unas pocas horas y su cuerpo había sido ya transladado a la morgue.

 
Cuando el sorprendido Alchólico le pidió que confirmara la información y la repitiera despacio, el hombre hizo un gesto inequívoco pasándose el dedo índice por todo lo largo del cuello, y luego señaló una vez más el reloj y dibujó en el aire el número 8 con el mismo dedo. Finalmente, llevó al Alchólico a fuera del edificio y le indicó el punto exacto, justo delante de la propia puerta de la residencia, donde Elvar Ata había sido atropellado por un automóvil.

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El Alcohólico llegó justo a tiempo para ver el entierro desde el principio. Fue un acto corto y sencillo. El sacerdote cristiano pronunció apenas media docena de frases en japonés, y Elvar Ata fue enterrado sin más dilación. El propio Alcohólico vio como la caja era introducida en una fosa y cubierta de tierra. Sólo unas pocas personas, aparte del Alcohólico, habían asistido al acto; entre esas personas había una mujer japonesa, que se encontraba visiblemente afectada, y un policía.

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El Alcohólico estaba sin blanca, no hablaba japonés y a parte del difunto no conocía a nadie en Japón. Así que carecía ya de motivo alguno para pasar siquiera un segundo más en el país del sol naciente.



Por el momento había decidido volver al centro para buscar un sitio para dormir. El día siguiente siguiente se levantaría temprano e intentaría comprar un billete para volver a España lo antes posibles.



Justo cuando acababa de salir del cementerio, un coche de policía se le acercó, lo estuvo siguiendo un momento y finalmente se detuvo a su lado. Se trataba del mismo agente a quien había visto en el funeral de Elvar, aunque como supo después, no se trataba de un simple agente sino del comisario de policía de Osaka; un tipo muy amable que le ofreció llevarle al centro e invitarle a un trago, y que también le dijo que le conseguiría un sitio donde dormir hasta que pudiera comprar el billete de vuelta.

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Estuvo tajándose un par de horas con el comisario. Era un hombre agradable y atento, del que no se separaba un chino corpulento y tosco que le servía de ayudante y de guardaespaldas. El Comisario hablaba un inglés bastante decente por lo que el Alcohólico no tuvo problemas para comunicarse con él, y además, como ambos resultaron ser aficionados al güisqui y a la música, se llevaron a las mil maravillas desde el principio. No obstante, en un momento de la conversación, el Comisario hizo una observación en la que se mancillaba el honor de Elvar Ata, casi insinuando incluso que éste hubiera estado involucrado en algún momento de su vida en actividades terroristas o mafiosas.



Si bien el Alcohólico y Elvar se habían distanciado ideológicamente en los últimos años, su amistad, con alguna trifulca que otra de viejos amigos borrachos y tarados, se había mantenido hasta el último momento. Por otra parte, Elvar podía haber tenido muchos defectos, pero nunca habría empleado la violencia para materializar sus ideales, y de hecho era una de las personas más pacíficas que el Alcohólico hubiera conocido nunca. Y por si ello no fuera suficiente, sabía de fuentes fiables que una buena parte de la fortuna que había forjado en Japón la estaba empleando en obras benéficas en las que ayudaba a los pordioseros y a los niños pobres. Pero sobretodo, al Alcohólico le repateaba que en nombre de la corrección política se descalificara a todos los que pensaban de manera diferente a lo que les convenía a los que detentaban el poder. Así que se sintió obligado a defender a su amigo, y por ello se levantó para dar un puñetazo al Comisario.

Pero el gigante chino se le adelantó, golpeándole al él en la cara y dejándolo completamente noqueado. Lo subieron al coche y lo llevaron al lugar en donde pasaría la noche.

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Lo metieron en un hostal para pordioseros en Kamagasaki. Estaba lleno de tipos con pinta absolutamente sospechosa, pero la mayoría de ellos eran pacíficos y sólo lo miraban con curiosidad o lo saludaban en un inglés pésimo.

Aunque el comisario le había concedido una pequeña pensión para que sobreviviera unos días, el Alcohólico estaba decidido a dejar el país lo antes posible. En cuanto pudo conectarse a internet, se dedicó a buscar el billete más barato de entre todas las compañías aéreas que ofrecían vuelos a España..

Sin embargo, no podía alejarse de la cabeza la sensación de que todavía le quedaba una tarea por resolver. No dejaba de pensar en la absurda muerte de Elvar. Era casi imposible tragarse que un tipo tan inteligente, que hablaba fluídamente el japonés, el italiano y el inglés, además del castellano y del valenciano, y que había conseguido establecerse y prosperar en Japón, y convertirse en un hombre respetado en tan poco tiempo, hubiera muerto una mañana normal, atropellado de una manera tan estúpida, justo frente la puerta de su casa. Además, había algo sospechoso en la manera en que el comisario de policía se refería siempre a él de manera despectiva. No hay duda de que el comisario era un buen tío, su única ayuda en Japón. Le estaba dedicando, sin apenas conocerle, las mejores atenciones. Pero ello no eximía la posibilidad de que estuviera envuelto en temas oscuros. De hecho, conocía a muchos policías españoles que pese a ser excelentes personas lo estaban.

Elvar había sido siempre un tipo muy de izquierdas que mantenía y divulgada opiniones que el gobierno podría haber considerado peligrosas. ¿Y si se lo hubieran quitado de encima por razones políticas? Aunque las ideas políticas del Alcohólico eran opuestas a las de Elvar, él mismo había sido perseguido en la España de Zapatero, así que toda su solidaridad iba con él, no sólo por ser su amigo, sino porque ambos compartían la condición de excluídos por “desaveniencias ideológicas” con el gobierno de turno.
 
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Volvió a encontrarse con el Comisario la noche siguiente. Éste le llevó a un pub irlandés que era uno de sus lugares preferidos de Osaka, y entre pinta y pinta de Guiness le aconsejó que dejara el país lo antes posible. El Alcohólico no dejó de ver en este consejo sino un deseo por quitarse de encima al único individuo al que en algún momento se le podría pasar por la cabeza investigar el tema. Aunque había una persona más. La novia de Elvar. Había intercambiado apenas unas palabras obligadas durante el entierro. Si, hablaría con ella en cuanto acabara con el comisario.

Según el Comisario, no había duda alguna respecto a la muerte de Elvar Ata. Había un informe firmado del médico en el que se señalaba el atropello como causa de la defunción. Dos transeúntes habían transladado el cadáver de su amigo hasta la pequeña consulta médica que el mismo doctor tenía a varios pasos de la residencia de Elvar. Estaba todo claro y había testigos. Lo mejor que podía hacer el Alcohólico era olvidar el tema y volver a España lo antes posible.
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Al día siguiente, el Alcohólico visitó por ese orden a la novia de Elvar, al médico y al portero de la residencia, el hombre con el que había hablado durante su primera mañana en Japón. La conversación con la novia le decepcionó. Esperaba recibir alguna ayuda de su parte para iniciar la investigación, algún dato que le sirviera, o cuanto menos su apoyo moral. Pero en lugar de eso, parecía limitarse aceptar la tesis oficial del atropello. Se la veía exhausta, sin ganas de iniciar batalla alguna, como si desde que supo lo del accidente hubiera estado llorando hasta agotar todas sus fuerzas.

Aunque siempre había estado al tanto de las apasionadas deas políticas de Elvar, nunca les había dado demasiada importancia –explicábale al Alcohólico-, considerándolas una mera exageración, sin influencia sobre su vida cotidiana y una mera consecuencia inevitable de su carácter apasionado y de su curiosidad intelectual. Pero eran simplemente sus ideas, y aparte de su admiración por el Partido Comunista de Japón y de escribir en algunos blogs que apenas leían unas decenas de personas, Elvar no estaba relacionado con ningún partido ni desarrollaba ningún tipo de actividad política alguna.

Por otra parte, no le conocía ningún enemigo. Tanto los negocios como la vida social le estaban yendo viento en popa durante los últimos años, y casi todos los japoneses que conocía, y principalmente las japonesas, le miraban con muy buenos ojos. Ademiraban su buen dominio del japonés, su exquisita cortesia y sobretodo las obras de caridad con los pobres que estaba llevando a en el momento en que la muerte llamó a la puerta de su residencia.

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El médico también le confirmó la versión que el policía y todos quienes en Osaka conocían a Elvar repetían en todas partes. El atropello en la puerta de su casa, los dos hombres que pasaban en aquellos momentos por aquel lugar y que transladaron el cuerpo hasta su consulta. El cuerpo se hallaba ya sin vida cuando los dos hombres que lo portaban llamaron a su puerta.

En la residencia, volvió a encontrarse con el portero del primer día, pero éste declaró no saber nada más del accidente. Estaba arreglando unas tuberías en el interior del edificio cuando ocurrió aquella tragedia, y por lo tanto no lo había visto. Lo que conocía se lo había contado aquella misma mañana uno de los agentes de policía llegados a la escena del suceso cuando el cuerpo de Elvar había sido ya transladado a la consulta. En ese punto, el portero le pidió al Alcohólico que fuera tan amable de marcharse. Sentía lo de su amigo, pero tenía todavía varias averías que arreglar aquella tarde.

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Quizás había ido demasiado lejos en sus sospechas, se decía a sí mismo el Alcohólico. Había sido atropellado, y así lo decía todo el mundo. Había testigos, un parte médico oficial. La versión del comisario de policía también concordaba. No había duda de que estaba perdiendo el tiempo con el asunto. Esa misma noche iría a pedirle disculpas al Comisario, al que había insultado varias veces acusándole de corrupto y de estar implicado en la desaparición de Elvar. Desde el principio, el comisario se había portado con él de manera maravillosa, y el sólo se lo había agradecido con indirectas e insultos. Quería tajarse con él antes de volver a España. Había visto en internet un vuelo bastante económico para el día siguiente por la mañana. Sería el final de su corta y absurda primera visita al país del sol naciente.

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Justo cuando se disponía a entrar en la boca de metro para poner rumbo al hostal de pordioseros en Kamagasaki, se vio sorprendido por la voz del portero, que venía corriendo detrás de él mientras le repetía con voz entrcortada que que no se marchara todavía.

El portero, que parecía preocupado en todo momento por comprobar que no era seguido por nadie, llevó al Alcohólico a un callejón desierto y, le contó entre jadeos, mezclando japonés, inglés, y gestos, que en realidad sí que había visto el accidente con sus propios ojos. Primero había oído un coche acercarse a la residencia. Al acercarse a la ventana para ver de qué se trataba, el presunto atropello ya había ocurrido, y tres hombres, no dos como todos habían afirmado, se afanaban ya en transportar el cadáver. El portero se asustó todavía más al repetir que eran tres, no dos, los hombres que se habían llevado el cadáver. Y justo en ese momento se oyó un estrépito y el discurso del portero se detuvo para siempre.

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El tercer hombre. El Alcohólico había sospechado en todo momento que existía algo raro en aquella historia. Elvar no había muerto atropellado sino asesinado, había estado en lo cierto desde el principio. Como casi siempre. Lo había advertido con Zapatero, con Obama, siempre que había gato encerrado lo detectaba desde el principio, y aún así siempre era tachado de paranoico.

El portero había sido derribado a mitad de su conversación con el Alchólico, quien inmediatamente había pensado que lo mejor que podía hacer era abandonar el lugar antes de que le ocurriera lo mismo, pues sin duda había alguien interesado en que la verdad no se supiera. Tanto si él mismo era atacado, como si la policía llegaba a la escena del crimen y lo acusaba de la muerte del portero, lo mejor que podía hacer era largarse deprisa de aquel callejón..

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Pensó en ir a hablar con el comisario pero puede que este lo incriminara, o aunque no lo hiciera, es posible que le molestara con preguntas absurdas. Se decidió a ir a casa de la novia de Elvar.

Ésta pareció molestarse con su presencia. Parecía empeñada en olvidar su vida anterior y a su ex novio, así que por mucho que el Alcohólico le hablara de aquel tercer hombre, ella seguía sin querer saber nada del asunto. Con los ojos llorosos le dijo que era posible que la policía estuviera en lo cierto. En los últimos meses las cosas le habían empezado a ir muy bien, estaba ganando dinero del gordo por primera vez en su vida. Quizás al fin y al cabo sí que hubiera habido algo extraño en esas actividades..

Tras el frío recibimiento inicial, el Alcohólico y la novia de Elvar compartieron unos vasos de vino de una botella que Elvar había comprado para disfrutar con ella en alguna ocasión especial. Conforme el alcohol se esparcía por sus venas, ambos se fueron relajando y sintiéndose cada vez más cerca del otro. Ella le mostró algunas fotos de su vida en Osaka y él empezó a admirar a la única mujer del mundo que había conseguido atar a Elvar a una ciudad y a un trabajo. Si bien seguían viviendo por separado, al parecer Elvar solía pasar los fines de semana y las vacaciones en casa de aquella mujer. En cualquier caso, era la primera vez que Elvar tenía novia durante tanto tiempo.

Aunque de algún modo u otro, el Alcohólico también compadeció por haberse dejado atar. Y quizás la muerte no fuera ni un suicidio, se le había ocurrido a Elvar para poder ir viajando. El mismo Alcohólico había pensado mil veces en ello.

En cualquier caso, aquella mujer debería haberle ofrecido argumentos motivos fuertes para que acabara rindiéndose ante ella, se decía el Alcohólico mientras contemplaba al gato con el que la pareja había convivido tantas veces abandonar la casa por la ventana de repente, como atraído por algún evento exterior que sólo él mismo pudiera percibir. Hasta entonces, Elvar había odiado a todos los animales no comestibles, pero a tenor de las fotografías que ella le había enseñado, en sus pernoctaciones en casa de su novia se había encariñado de la mascota. Sin duda, lo había cambiado por completo al pobre Elvar.

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El Alcohólico salió perturbado de la casa. La mezcla de alcoholes diversos, junto con los contradictorios pensamientos que se habían ido despertado en su cabeza en las últimas horas le habían llevado a un estado de irrealidad e indefensión del que no sabía como liberarse, al tiempo que a su alrededor el mundo físico daba vueltas sin parar como queriéndolo arrastrar en su embriaguez loca. Había estado convencido desde el principio de que Elvar había sido asesinado. Pero ¿quién?, y sobretodo ¿para qué? Había algo sospechoso en todos los personajes que se había cruzado hasta el momento. El policía alcohólico, corrupto y mujeriego, con el gigantón chino siempre a su lado. La falta de interés de la novia. La perfección en el relato del médico. ¿Quién le estaba engañando? Las explicaciones que le habían dado concordaban a la perfección. ¿Sería que se habían puesto de acuerdo? ¿Estarían todos compinchandos para engañarle?

Se dedicó a deambular borracho por los alrededores de la casa de la novia de Elvar. No sabía qué hacer ni a donde ir. No podía seguir investigando. No sólo ocurría que nadie le ayudaba sino que además todos parecían compinchados para confundirle. Y además no hablaba japonés y en ese país apenas nadie hablaba inglés. Lo más sensato sería abandonar. Pero no podía dejar la cosa como estaba. ¿Qué haría?

Empezó a sentir rabia e impotencia, y su enfado se acrecentó al sentir la presencia de alguien que le observaba desde uno de los portales en la penumbra al otro lado del callejón. Sin duda le habían venido siguiendo desde hace tiempo, por lo menos desde su última conversación con el portero de la residencial. Y al parecer el primero en darse cuenta, y por eso el Alcohólico, al oir un ruido, se había girado hacia aquella sombra, había sido el gato de Elvar.

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Sin pensárselo dos veces, empezó a increpar a esa silueta negra que le observaba desde la penumbra, llamándole cobarde y sicario y retándolo a descubrirse y a enfrentarse a él si era un hombre de verdad y si tenía agallas. Entonces, se encendió una luz en uno de los apartamentos del lado de la calle en la que se encontraba el Alcohólico. Una vieja, que sin duda había sido despertada por los gritos, empezó a increparle para que se callara y la dejara dormir en paz. La luz que atravesaba la ventana de la vieja se posó instantaneamente sobre el portal en el que la misteriosa figura se ocultaba, y el Alcohólico se quedó petrificado al contemplar un rostro que le era de sobra conocido. A su vez, su viejo amigo le contemplaba con una sonrisa cínica y siniestra, como burlándose por haber jugado con él durante todo ese tiempo pero a la vez pidiéndole disculpas. Entonces un automóvil pasó por la calle interponiéndose entre ambos. Y cuando el coche se fue, su viejo amigo había escapado también, y el Alcohólico oyó los pasos que se alejaban corriendo y doblaban la esquina, y se puso a correr él también persiguiendo esos pasos. Pero girar la calle por la que el misterioso hombre había escapado, su amigo había desaparecido, y ante él sólo quedaban el silencio y la penumbra.

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Nada más levantarse a la mañana siguiente, tras preguntarse a sí mismo si todo no habría sido un sueño fue a ver al Comisario a primera hora de la mañana para informarle de sus últimos descubrimientos. El comisario le confirmó que era uno de los sospechosos del asesinato del portero, pero que como él, personalmente, creía en su inocencia, por el momento no era necesario interrogarle ni detenerle.

El Alcohólico le relató lo ocurrido la noche anterior, y ante su insistencia, el Comisario acabó acudiendo a los alrededores de la casa de la novia de Elvar. Cuando el Alchohólico indicó el lugar por el que Elvar había desaparecido casi instantaneamente la noche anterior, el gigantón chino empezó a soltar exabruptos en su idioma, pero a continuación el comisario descubrió un pasaje subterráneo medio escondido al otro lado de la calle, y al bajar por ese pasaje en cuyo interior se amontonaban varios clubs semiclandestinos, se llegaba a una puerta en la que un cartel prohibía la entrada a personas ajenas al negocio. Y si se entraba en el local, un viejo almacen lleno de pasillos y escaleras, se podía continuar hasta otro almacen que comunicaba con otros pasillos que a su vez comunicaban varias estaciones de metro. Sin duda Elvar, había aprendido mucho sobre la realidad subterránea de Osaka durante esos días que había pasado escondido.

Tras ese descubrimiento, el Comisario había accedido a la solicitud de ir al cementerio para abrir la tumba de Elvar. Y de hecho, aquella misma mañana, al desenterrar el cajón de la muerte, el Comisario pudo ver con sus propios ojos que la persona que estaba dentro del ataúd no era Elvar, sino otro hombre.
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El Alchohólico no esperó a la investigación oficial, y en cuanto el Comisario se retiró para continuar su trabajo, corrió a la consulta del médico que había firmado el acta de defunción de Elvar, y tras comprobar que la consulta se hallaba cerrada, pidió a una de las viejas que vivían en el mismo apartamento la dirección de la casa de aquél. El Alcohólico le dio a su vez la dirección a un taxista, y éste le condujo al otro extremo de la ciudad, dejándole en la puerta de una vivienda unifamiliar de nueva planta cerca del puerto.

Empezó a gritar el Alcohólico que quería ver a Elvar. Pasaron los minutos y no hubo respuesta, hasta que en un momento dado salió el Doctor al balcón del primer piso para afirmar que no tenía ni idea del asunto.

-Si Elvar no sale –gritó el Alcohole entonces-, armaré un escándalo y atraeré la atención del público y de la policía

Entonces, el doctor se retiró sin decir nada, y al cabo de unos instantes, Elvar salió al balcón y saludó al Alchohólico con amabilidad, como si nada lo que había pasado desde que el Alcohólico había llegado a Japón hubiera ocurrido, como si su relación fuera la misma de años atrás. Sin embargo, se notaba un matiz de cinismo en el modo familiar en que le había saludado. Elvar pidió al Alcohólico que le esperara en la noria de Tempozan, que se encontraba a poca distancia de allí.
 
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La noria de Tempozan era una de las más grandes de toda Asia, y una de las pocas atracciones turísticas con las que contaba Osaka, esa jungla de asfalto sin edificios históricos ni zonas verdes. Si bien la zona atraía bastantes turistas en verano y los fines de semana, era un miércoles lluvioso a primera hora de la mañana, y por eso no había nadie. Apareció Elvar, y otra vez saludó con cínica cordialidad a su amigo.

Subieron a la noria y el Alcohólico fue al grano, restregándole una información que el Comisario le había dicho según la cual Elvar había robado y vendido a Corea del Norte (que pretendía usarlos para investigar en guerra bactereológica) ciertos medicamentos que iban a ser donados por empresas de Japón a un país del tercer mundo. Centenares de niños de ese país, que esperaban esos medicamentos, habían muerto por culpa de Elvar.

Pese al tono durísimo de sus acusaciones, el Alcohólico había hecho ese reproche a Elvar sin creerlo del todo, como para darle una oportunidad para que se defendiera, convencido de que se habría habido un malentendido, o de que Elvar había sido acusado de un crimen que no había llevado a cabo y por eso había tenido que fingir su muerte para escapar de la policía. Pero Elvar no desmintió los hechos.

-Hay muchos niños en el mundo –dijo-. Ahora son muy tiernos y muy monos, pero pronto se convertirán en homicidas, delincuentes, señores de la Guerra, en votantes de Bush o de Obama, de Zapatero o Aznar, o en traficantes....

Se quedaron mirando el feo paisaje de Osaka. A un lado se prolongaba hasta el infinito una costra inhumana de rascacielos amontonados sin ton ni son. Al otro lado el mar, como una superficie lunar de cemento inanimado.

-En Japón, tras varios decenios de democracia impuesta a base de bombas nucleares –continuó Elvar-, lo único que se ha conseguido son estas monstruosidades imposibles de habitar por un ser humano con corazón. Habitados por humanoides que votan a los mismos partidos que pretenden cambiar las leyes para que puedan despedirles a cambio de un bocadillo. Que dicen odiar la guerra pero acaban de darle el premio de la paz al presidente más belicista del mundo. Que proclaman estar a favor de la paz, de la justicia, de la democracia y de defender a los trabajadores nacionales, mientras odian al presidente del mundo que más está haciendo a favor de estas ideas. Que eligen en cada elección a los representantes de los especuladores y de las mafias capitalistas mundiales que estos les proponen, y luego sufren la represión que esos representantes les imponen, y el expolio al que les someten, sin levantarse un ápice de su sillón. Que se dejan engañar como niños por los banqueros para votar en contra de sus propios intereses, anteponiendo los de los bancos, de los que el gobierno y los ciudadanos se convierten en esclavos.

La noria seguía girando con lentitud sobre el océano. Elvar continuó con su discurso:

-Alcohólico, todos los gobiernos del mundo de occidente se inventan un enemigo para que no se hable de los problemas de la gente. En Estados Unidos es el Islam. En la Comunitat, la culpa es de los catalanes, que nos tienen envidia, y de ZP, que odia a la Comunitat y quiere romper España. En España, el enemigo es la derecha, aunque el partido en el poder ponga en práctica mes a mes la mayoría de sus políticas consistentes en robar a los pobres para dar a los millonarios.

-Usted tiene parte de razón –replicó por primera vez el Alcohólico- Pero aunque el panorama sea una mierda, uno tiene que seguir defendiendo sus ideales hasta la muerte o pegarse un tiro, no venderse a la puta dictadura que más le pague.

-¿Dictadura?¿Cuál es la peor dictadura del mundo? ¿El Reino Unido, donde existen tantas cámaras de vigilancia que cada ciudadano es grabado varios centenares de veces al día?¿España, el país de Europa occidental donde se cierran más medios de comunicación y se denuncian más casos de tortura?¿En Estados Unidos, donde Wall Street arruina la economía y luego exige al gobierno que le rescate con el dinero de los impuestos?

-Todo eso no lo dudo, pero lo de Corea del Norte es peor, una cárcel de la que no se permite a nadie salir.

-Alcohólico, en Corea tenemos el mejor sistema de sanidad pública de todo el lejano Oriente. Mientras que en las dos primeras economías del mundo, E.E.U.U y Japón, los pordioseros que no pueden pagarse una operación se amontonan en los parques, en Corea tenemos una atención de calidad gratuita para todos.

-Eso habría que verlo.

-Lo ha dicho incluso el delegado de Unicef, que no trabaja para nosotros. ¿Pero sabes quién la sanidad pública coreana? No lo acertarías ni en mil años.

-Estados Unidos y Japón, Alcohólico. Sin su ayuda económica, el gobierno de Corea del Norte se habría derrumbado hace siglos. Pero los americanos necesitan que el conflicto de Taiwán y el de Corea se perpetúen para mantener su presencia militar en Asia. Y los japoneses, los circulos más nacionalistas y ultraconservadores cercanos al emperador, furibundos anti-comunistas. Nos pagan para tener algo de lo que hablar que tape las escandalosas desigualdades que existen en este país. Para mantener sus privilegios les sale más barato financiar la sanidad pública en Japón que financiar la suya propia. Hasta ahí llega el cinismo de los gobiernos capitalistas...

-Hasta ahí llega tu cinismo, Elvar. Que entonces estás trabajando en realidad para la CIA, para Estados Unidos, a quien siempre has odiado- En este punto, es cuando el Alcohólico se había dado cuenta de que Elvar había perdido toda su dignidad para venderse. Aunque estaría con América frente a cualquier dictadura comunista del mundo, odiaba a cualquier pesona que acabara vendiendo sus ideales. ¿Lo habría hecho solo por dinero? ¿ No había manera de justificarlo. No le daría otra oportunidad para defenderse. Sólo cabía insultarle.

-¿Para qué lo has hecho, maricón? –le soltó de repente- ¿Para comprarle joyas a tu novia?¿Tú que tanto te has quejado de quienes acaban perdiendo el culo por una zorra?

-¿Y qué hacer, pasar varios años en el paro en España como tú? Si por cada caja de medicamento, de las que vendo varias al día, gano lo mismo que gana al mes cualquier mileurista pobre.

-Alcohólico. Te llamé porque confiaba en trabajar contigo a partir de ahora. Un amigo debe apoyar a su amigo hasta la muerte. Y por otro lado, no tenemos tiempo de perdernos en reproches. Empecé esto por mi mujer, la persona más adorable del mundo. Y digo mi mujer porque, si no nos hemos casado, es sólo por culpa de la fatigosa lentitud de la embajada española a la hora de realizar todo trámites o papeleo.


-Alcohólico, tanto que hablas de él en tus canciones ¿Sabes lo que es amor? Por ella mataría a todos los futuros asesinos de la tierra. Llevo tanto tiempo sin verla. Vivo en las profundidades de Osaka, en los túneles secretos del metro que comunican galerías subterráneas llenas de antros. Por eso confiaba en ti para comunicarme con el mundo exterior. Estaba dispuesto a ofrecerte un buen sueldo. Pero ahora veo que es imposible...

Elvar Ata se metió una mano en el bolsillo y el Alchohólico supo que tenía que pensar rápido si quería salir vivo de la noria. “Sabes que no tengo ningún miedo a la muerte y que incluso la deseo –le dijo, y señalando a un par de hombres que se hallaban sentandos en un banco cerca de la noria, añadió-. Pero no he venido aquí sólo. La policía nos está vigilando. Me han encargado que te ofrezca un acuerdo. Si me disparas, te cogerán nada más pisar el suelo. Si me dejas ir, te dejarán escapar, confiando en que les des información sobre tus contactos.”

En esos momentos Elvar sonrió con gran cinismo y se volvió simpático de nuevo. Apartó la mano del bolsillo y le dio una palmada en la espalda al Alcohólico. Éste se hallaba sorprendido de que su mente, después de tantos años de borracheras continuas, hubiera sido capaz de pensar tan rápidamente una manera de salir aquella situación. No había policía, ni nadie vigilándole ni esperándole allí abajo. Al bajar de la noria, se fueron por caminos diversos y quedaron en volverse a ver la siguiente semana.

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El Alchohólico había decidido volver a España sin acudir a la siguiente cita con Elvar. No tenía nada que sacar en claro de su estancia en Japón. No tenía nada que decir a su antiguo amigo. Elvar se había corrompido a sí mismo y no iba a poder ayudarle. Si alguien tenía que atraparle, era la policía japonesa. No era asunto suyo si conseguían detenerle o no.

El comisario habló con él para pedirle que no volviera a España y que en se quedara en cambio unos días más para ayudarle a atrapar al malvado. Pero el Alcohólico insistió en que se las apañaran como pudieran, que no era asunto suyo. Entonces el comisario le rogó que, igual que en el pasado él había accedido a abrir la tumba ante su insistencia en que Elvar seguía vivo, él tenía algo que mostrarle.

Lo llevó a comisaria para enseñarle algunas pruebas del caso de las medicinas. Vacunas que Elvar había escamoteado a los niños pobres para satisfacer su propia codicia. Le enseñó imágenes de los niños del poblado africano que habían muerto a consecuencia de la estafa. En un principio, el Alchohólico siguió insistiendo en que no era asunto suyo. Pero luego, ya en casa, mientras se bebía el último güisqui antes de meterse en la cama, le vino otra ve la imagen de esos malditos niños, y se dijo que, aunque todos esos negratas se la traían sin cuidado, el mundo estaría mejor con un dictador menos. Al fin y al cabo, Elvar también había pensado en matarle, y en cualquier caso, no tenía otra cosa que hacer en España sino engrosar las ya de por sí abultadas filas del desempleo.

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Finalmente, Elvar y el Alcohólico se volvieron a encontrar en un antro del centro, y se tajaron juntos por última vez. Pero esta vez, no hablaron de los mismos asuntos que habían tratado anteriormente en la noria, sino que fue como las tajas del pasado en Valencia. Hablaron de política, de fútbol, de cine, de mujeres, de qué había sido de sus amigos comunes. Pasaron horas bebiendo trago tras trago, concatenando comentarios irónicos y carcajadas como viejos colegas, sin ningún odio ni resentimiento, aceptando que era la vida la que les había colocado en el lado contrario de la mesa.

Habían recuperado su amistad, pero ninguno de los dos había olvidado a qué había ido esa noche a ese antro. Así que, cuando la música se paró y el camarero les dijo que debían pagar y abandonar el local, Elvar, tras suplicar un último trago al camarero le preguntó al Alcohólico si había alguien esperándole, éste dijo que no, y entonces Elvar, tras agradecérselo de corazón, sacó su arma de fuego, y su amigo, que no había podido conseguir una, se hizo con un cuchillo de trinchar carne y le atravesó la yugular con un golpe certero. Y Elvar en su último impulso, apenas pudo apretar el gatillo para abrirle a él la tapa de los sesos. Así que, cuando el camarero llegó a la mesa con dos bebidas más, las dos últimas bebidas de la noche, un bourbon y un gin-tonic gentileza de la casa, los dos hombres estaban ya tendidos, sus cuerpos inertes, sobre la mesa.