sábado, 23 de marzo de 2013

TRES CUADROS DE PAISAJE JAPONÉS: RENACIMIENTO DE FRACO EN JAPÓN


Dada la ineptitud de sus políticos, habiendo alcanzado determinado estadio avanzado de la crisis, los japoneses decidieron no elegir otro presidente del gobierno. Y puesto que pensaban que lo que necesitaban era un líder fuerte, nombraron a Franco para el cargo. Pero como éste estaba muerto desde hacía decenios, sólo gobernó el país de manera simbólica e imaginaria.

Atraviesa el centro de Kioto, la milenaria capital imperial, el hermoso río Kamo, en cuyas anchas riveras hay hermosos jardines, animadísimos a todas horas, en dónde los niños y las familias juegan y pasean, las barbies japonesas hacen footing, y las marujas van a hacer la compra en bicicleta. Lo que muy poca gente conoce es que, si nos alejamos del centro, siguiendo el cauce del río hacia su origen entre las montañas, podemos llegar hasta el lugar donde se encuentra el nacimiento en Japón de Francisco Franco.

El río se estrecha progresivamente. Las amplias avenidas que corren a su vera se convierten poco a poco en carreteras normales, y luego en meras calles; los enormes edificios de cemento van dejando paso progresivamente a tranquilos barrios residenciales, después a chalés, y más tarde a casas bajas de piedra y madera similares a las que predominan en pueblos de Castilla o en el centro histórico de ciudades como Segovia o Cuenca. En la parte final, el río se ha reducido a un pequeño arroyo que se desliza por un lecho de piedra de apenas un par de metros de ancho. El río está flanqueado por un angosto paseo, también de piedra, decorado por una hilera de sauces de río sin hojas. La hilera de casas descansa sobre soportales de madera, como en una plaza mayor española.

El cauce termina aquí. En el punto más alto de la calle, un edificio ubicado en perpendicular al resto la cierra frontalmente. El agua, que más abajo es  río caudaloso e impetuoso, se vierte al cauce desde una mera cañería que sale desde dentro de esa última casa. Detrás de ese edificio, cosa rara en Japón, hay una rústica plaza, y en la plaza hay una iglesia. Detrás de la iglesia, un desierto infinito en el que siempre es noche, independientemente de la hora del resto de la ciudad.

Hay un pequeño risco que sirve de mirador dominando el pueblo y el desierto. En el mirador hay una pequeña cabina para descansar, calentarse y tomar té. La cabina está situada justo en el lugar exacto en donde nace el río: es también el lugar del renacimiento de Francisco Franco en Japón; una pequeña estatua suya lo recuerda, y apenas media docena de turistas visitan el lugar.

TRES CUADROS DE PAISAJE JAPONÉS: EL SISTEMA DEFENSIVO ACUÁTICO

Sin embargo, en la parte contraria del río, en la planicie, el enorme lecho fluvial abandona la ciudad por un paisaje semiurbano en el que se confunden los campos de arroz con las industrias medianas y pequeñas, así como algunos templos budistas. Aparte de una enorme cascada que surge de repente desde la copa de una altísima palmera que se encuentra junto a una barraca (puede que la única palmera de Kioto), no existe nada en este paisaje que lo diferencie del paisaje de los alrededores de cualquier otra ciudad japonesa.

Pero si nos fijamos bien, comprobaremos que al cauce principal afluyen numerosos desagües, acequias y canales artificiales, todos ellos interconectados y compartimentados por un  laberinto de compuertas, canales secundarios, exclusas, estanques de reserva, etc. que hacen que el nivel de los ríos, presas y canales de Japón sea en todo momento fácil y rápidamente regulable desde la central de mando.

Este sistema, que pocos japoneses conocen, es parte fundamental del ingenioso plan de defensa militar que se creó en el país después de la ocupación americana. En caso de invasión extranjera, los japoneses pueden abrir presas, inundar campos y ciudades, así como atacar a los enemigos a base de letales corrientes de agua a presión y de inundaciones provocadas a propósito.


TRES CUADROS DE PAISAJE JAPONÉS: LAS NOCHES DE OSAKA

Por la noche, avanzo junto a mi familia por la estrecha acera de una autopista elevada que desciende hacia el centro de la ciudad y mucho más todavía, de aquí a la eternidad, hasta el infinito y más allá, al final de la noche, a ninguna parte, al corazón de las tinieblas, a los hiperuranios platónicos, a los infiernos de Homero y de Dante, a Blade Runner, a la esencia de Osaka.

Enormes rascacielos flanquean la autopista en lo alto, mientras abajo hay pordioseros que se calientan haciendo hogueras en contenedores, igual que en Detroit, a la espera de que Robocop venga a acribillarlos

Un detalle me llama la antención. Me lo comentan mi esposa y mi hija, pero yo no me había dado cuenta. En los rascacielos algunas oficinas tienen la luz encendida, y en ellas  se distinguen personas trabajando. Aunque están muy bien hechas, si nos fijamos un poco nos damos cuenta de que no son reales, son secuencias aleatorias creadas por el ordenador central para dar la imagen de "sostenibilidad".

De hecho, cada diez o doce segundos se produce un efecto fijo del programa que consiste en que un tipo se suicida, tirándose desde lo alto de uno de los rascatas, precisamente desde el lugar al que estabas mirando en ese momento.

Pero yo no tengo hija, lo cual demuestra que todo es un sueño, provocado por la necesidad de mantener la vida después de la muerte y creer en un más allá, como en la película "Abre los ojos", engañando al cerebro tanto como sea necesario para que siga creyendo que es eterno como un dios.

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